La rebeldía y el siku son dos instrumentos del compositor Cergio Prudencio

QAMASA Digital.-  La rebeldía y el siku son dos instrumentos que hicieron del reconocido compositor boliviano Cergio Prudencio (La Paz, 1955) un personaje clave de la cultura nacional que, en 1980, tuvo la audacia de conformar la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN) y, hasta hoy, llevarla a los escenarios más aclamados alrededor del mundo.

Hoy, Prudencio retorna a su sonido de origen, el analógico, a través de Antología 1, un disco doble de vinilo grabado en Perú que reúne en cinco piezas lo más representativo de décadas de su carrera musical. El mismo será presentado en Bolivia, con un concierto, el 25 de abril a las 20:00, en la Iglesia Evangélica Luterana, de la calle Sánchez Lima esquina Rosendo Gutiérrez, en La Paz.

-Cergio Prudencio retorna a su sonido de origen y ¿también a la OEIN?

A mi sonido de origen tanto en el sentido acústico como espiritual e institucional; es decir, reencausar la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos es una tarea que empieza con esta actividad justamente, un retorno en un sentido integral. Retornar para reencausar la OEIN desde el lugar que me corresponda. Se ha congregado un número importante de músicos de diferentes generaciones de la OEIN para este concierto y todos ellos coinciden en que hay que hacer algo para una institución. Estaría dispuesto a retomar el liderazgo, en la dirección general de la orquesta. Quiero que el concierto esté a la altura de sus antecedentes históricos y la calidad del disco. Son todas grabaciones en vivo que hemos hecho en el lapso de unos cuatro años, todas bajo mi dirección y obras que son representativas de mi producción para la orquesta.

-¿Cuántas generaciones podremos ver y oír en escenario?

Hay gente que está integrándose de la generación fundacional, de 1980; entre otros, una personalidad como César Junaro, porque fue cofundador conmigo. Su presencia es un hecho altamente significativo para esta actividad. Otras generaciones, como la de 1990, que estuvo en festivales importantes incluso en Alemania; la generación del 2000 hasta el 2016, que yo dirigí y con la cual estuvimos en Italia, Austria, Suiza, Polonia y una cantidad de países. Son al menos dos generaciones hablando cronológicamente, pero son como cuatro tiempos de la historia de la OEIN.

– ¿A qué tiempos se refiere?

Hay un tiempo fundacional, que es 1980, que se interrumpe como consecuencia del golpe de Estado de (Luis) García Meza. Un segundo tiempo que es restitutivo, que empieza en 1986 con una reorganización, de la mano de César Junaro y otros músicos que participaron en ese momento, como Manuel Monroy (‘El Papirri’). Un tercer tiempo es el que se articula alrededor del Programa de Iniciación a la Música, aunque aún no se llamaba así en esos momentos. Nos permite llegar a diferentes zonas de la ciudad de La Paz para enseñar instrumentos nativos a niños y jóvenes. Esto se da entre finales de los 80 y principio de los 90. Un cuarto momento es el 2000, cuando se institucionaliza en convenio con el Gobierno Municipal de La Paz y le permite una enorme expansión formando no solamente una orquesta sino varias orquestas experimentales de instrumentos nativos en los barrios.

¿Antología 1 conserva las emociones e imágenes que sus composiciones evocan? 

Mi música, inexplicablemente, suscita imágenes e imaginarios. Eso no es intencional, salvo en algunos casos. La ciudad, que es la obra fundacional, está basada en el poema de Blanca Wiethüchter del mismo nombre, del cual toma más que imágenes literales para representar el espíritu del poema, relacionado con la ciudad de La Paz. Para mí es muy gratificante que las personas se puedan apropiar de la audición según sus propias necesidades y sus propios horizontes perceptivos. Eso forma parte de la autonomía de la música, de la libertad de la música que ejerce más allá del compositor que la haya hecho y creo que este es el caso.

– ¿Tiene algún recuerdo de sus inicios en la música que relacione al estrenar y haber lanzado este disco?

De mis inicios con la OEIN es imborrable el primer concierto en 1980, el 9 de mayo, que se dio por el aniversario de la Universidad Mayor de San Andrés. Eran 150 años de fundación, por lo tanto, el público asistente era la alta jerarquía política del momento; era la presidenta Lidia Gueiler, la Central Obrera Boliviana, parte del Gabinete, autoridades universitarias a la cabeza del rector Hugo Mancilla -que fue quien apoyó esta iniciativa con un compromiso a ciegas de lo que le estábamos proponiendo-, una multitud de estudiantes que colmó el paraninfo universitario y medios de comunicación que dieron cobertura incluyendo crónicas y críticas. Más allá de eso, mi emoción en ese concierto la recuerdo porque me desbordó la propia música. Yo no terminaba de entender lo que estaba pasando y la música me arrolló, me llevó a un estado emotivo profundo y recuerdo haber dirigido La ciudad prácticamente de principio a fin llorando. Causó impacto, mucha sorpresa. Era una interpelación a la sociedad, de asombro y al mismo tiempo de curiosidad. Es un hecho histórico, un hito en mi propia vida y en la misma historia de este país.

– En ese momento, ¿tuvo la sensación de rebeldía?

Totalmente. La OEIN y La ciudad vienen de una rebeldía, en su momento muy intuitiva contra un orden colonial. En ese momento no terminaba de comprender que el fondo era ese. Y una rebeldía también contra los cánones de esa supremacía de la música occidental, una rebeldía en cuanto a la enmienda del poderoso sonido de los instrumentos aimaras y quechuas y la enorme sabiduría que entraña su fabricación y su ejecución en las tradiciones. En ese sentido, hay un acto de rebeldía profundo que sigue vigente. La OEIN sigue interpelando, sigue resonando de maneras muy cuestionadoras; aunque, claro, el país de ahora es muy distinto al país de hace 44 años.

¿Cómo es la relación entre la Bolivia de hoy y la OEIN?

La OEIN fue un anticipo, un augurio de lo que iba a pasar en el país sociopolíticamente. Le da protagonismo a voces que estaban sofocadas hablando musicalmente, acústicamente y espiritualmente. En los últimos 20 años, el país ha hecho eso en términos sociopolíticos. El cambio del país es notable, porque lo que la OEIN proponía en 1980 es el camino que estaba tomando Bolivia. Hoy sigue interpelando.

– ¿Qué emociones sintió en el escenario al presentar Antología 1?

Sentí un llamado profundo. Me siento convocado nuevamente por las fuerzas telúricas de este país, por la Pachamama. Me ha emocionado la sonoridad de esa obra fundacional con la que hoy me relaciono como una obra de otro compositor, ya no mía, sino de otro compositor que era muy joven cuando la hizo y que me sorprende hoy.

– Si tuviera que quedarse solo con un instrumento, ¿cuál sería?

El siku es el instrumento que me colma. Está profundamente enraizado en mi expresividad y es un instrumento dual que representa la cosmovisión de los pueblos aimaras. Su forma dual me cautiva tanto en lo técnico como en lo sonoro y relacional, porque es casi inagotable en sus posibilidades sonoras. Puede expandir enormemente las sonoridades. En la tradición aimara es un instrumento del awti pacha, de la temporada seca, que para mí es la época fría, la temporada introspectiva con la que yo me siento identificado… Muchas razones y sinrazones por las que tengo una fuerte identificación con el siku.

– ¿Tiene pendientes por cumplir con la cultura boliviana?

Muchos que me angustian. Me preocupa el fondo documental que he generado como persona y como OEIN, tiene un enorme valor. Hay que sistematizarlo, ordenarlo, instalarlo y ponerlo a disposición de los investigadores. También quiero publicar el libro sobre instrumentos nativos que tengo en proceso, muy avanzado; pero necesito financiamiento para cerrarlo. Es una información que quiero entregarle al país porque forma parte de esta experiencia de cuatro décadas con la OEIN. Quisiera darle una institucionalidad más sostenible a la OEIN, una conformación orgánica que le dé un horizonte sostenible, (Opinión Bolivia).